Su cesta

Su cesta está actualmente vacía.

Memorias de catorce ilustres celtistas: Relatos extraídos del libro 100 ANOS DE AFOUTEZA E CORAZÓN

Memorias de catorce ilustres celtistas: Relatos extraídos del libro 100 ANOS DE AFOUTEZA E CORAZÓN

PUNK, GALLEGO Y DEL CELTA
EVARISTO PÁRAMOS

REAL ZARAGOZA 0- CELTA 0 (5-4 PENALTIS)
Final Copa del Rey.
Año 1994.


Un partido que dejó huella en mi cerebro fue la final de copa contra el Zaragoza de 1994 en el Calderón. Por cosas de la vida me invitaban a ir con Herri Norte. Maldita sea mi estampa, que en aquella época yo era una persona bastante desordenada por decirlo suavemente. Era mi época de entrar a los sitios abriendo las puertas a cabezazos. De primeras me hizo tilín la posibilidad de ir y tirarme de cabeza encima de la Peña juvenil de animación Ligallo, solo por comprobar si mi cráneo aguantaba o no, pero esa inquietud desapareció rápidamente y vi la final en la tele de mi casa, en Agurain, con dos colegas de Laudio. Por alguna razón durante los
90 de partido y los 30 de prórroga, no recuerdo que estuviéramos sentados. Cuando iban a empezar los penaltis le dije a los colegas que me iba a pasear al perro, que yo no aguantaba eso. Pero el caso es que nunca
acabé de atarme las botas y los terminé viendo. Tuve unos minutos de muy mala hostia contra el pobre Alejo y el señor colegiado, que le hizo cambiar de sitio el balón cuando ya lo había colocado en el puntito. Pero, en fin, uno es del Celta desde siempre y para siempre, y las hemos pasado canutas muchas veces, así que ya se me ha pasado. Eso sí, me quedó la cicatriz.
Yo era el hijo mayor del gallego y la gallega en Agurain, entonces Salvatierra de Álava (en español en el original). Éramos los únicos gallegos que había en la zona. Muy pronto entendí que yo era de Guillarei-Tui, Pontevedra. Ser de Pontevedra se me quedó tanto en la cabeza que, cuando mi padre me dijo que éramos del Celta de Vigo, me sonó raro, pero merendábamos tan bien mientras oíamos la radio juntos que me acostumbré. Yo quería que mi equipo ganase cada domingo, aunque estuviera en Segunda División. Quería que algún día consiguiera subir a Primera, eso que parecía tan difícil. Cada vez que sonaba el pi-pipipí de un gol yo esperaba que fuera del Celta, porque por aquel entonces creía que si lo pensaba muy fuerte ocurriría. Supongo que muchas veces no me esforcé lo bastante, lo siento.
De los setenta guardo unos recuerdos bastante difusos. Hay que tener en cuenta que entre el setenta y el setenta y cuatro estuve interno en un colegio de frailes de bajo coste (¿low cost?) en Algorta Bizkaia, de los diez a los catorce tacos. Luego fui al instiputo público Ramiro de Maeztu en Gasteiz, donde me hice golfo adolescente, solitario y majarón. Digamos que el ambiente era poco celtista; en los frailes eran del Athletic y en Gasteiz de un Alavés que me recuerda a alguien…
No me enteré demasiado de aquellos años, de los setenta, pero siempre tuve claro que era del Celta.
—Pero si eres de Salvatierra
—Pues no, soy gallego, chavales, y del Celta.
En los ochenta, siendo ya un hombre de provecho, recuerdo subir de Segunda B a Primera como un cohete, y otra vez en la montaña rusa. Ahí fue donde me curtí como celtista: tanto descenso y ascenso para luego volver a descender te convierte en un tipo duro. Yo, sin ir más lejos, conseguí dormir tres noches seguidas a -14 ºC, en la calle y en pelotas y aquí estoy. ¡Gracias, Celta!
Nos ponemos en los años noventa, otra vez en Segunda, otra vez ascenso y en el noventa y cuatro, la famosa final de copa.
Tengo que decir que para entonces yo ya estaba en un grupo medio famosillo y que aprovechaba cada ocasión para gritar «¡Ceeeeltaaaa!» a través de altavoces
gordos, que no sé si es algo que algún día podréis hacer vosotros: ¡Da un gustirrinín! Lo mejor de mi relación de pareja (hay un dicho verdadero que dice que en la vida se cambia de trabajo, de pareja, de ciudad y de lo que quieras, pero nunca se cambia de equipo) fue esa UEFA con el 7-0 al Benfica y el 4-0 a la Juve que me hicieron sentir que mi equipo era capaz de ganar a cualquiera, y quién sabe si el Marsella de los… (¿se puede decir cojones?) no hubiera tenido la potra que tuvo, encima eran chulos.
En fin, que vi esos partidos en Oñati, en el bar Boga donde los colegas del bar (¡aúpa Iker, Axi, Pala!) me ponían los partidos y yo era el único espectador. Supe que tendría que acordarme de esa sensación toda la vida, por si acaso, y, con permiso del Alzheimer y otras consecuencias de una vida disoluta, no la olvidaré nunca.
Por eso, la segunda final de copa de mi vida y otra vez contra el Zaragoza, y otra vez perder siendo mejores no me hizo tanta pupa como la primera.
También recuerdo al equipo en la Champions, y pasar la fase de grupos para luego caer contra el Arsenal, donde también estaba Pirés, que ya había estado en el Marsella de los… Y para acabar una gloriosa temporada, otra vez a Segunda, y otra década prodigiosa.
A estas alturas cualquiera que sea del Celta es más duro que un pan de quince días.
Aún me queda una alegría europea cuando estuvimos a punto de llegar a la final. Fui uno de los muchos que marcó el gol de Guidetti, a mí no me pasaron el balón tan atrás y le di una patada a la mesa que menos mal que tenía ruedas, ¡fue un golazo!
No me quedaría a gusto si no recordara la victoria en el Bernabéu que yo nunca había visto desde que nací, el segundo gol de Makelele en un contraataque perfecto. Fue ganar jugando bien, además con un penalti en contra (qué raro contra el madrí) para acabar el partido.
Aclaro aquí que cuando era un crío veía el fútbol en el bar-vinos El Riojano y que comprobé, con la mirada limpia de los niños, que al Real Madrid le hacían trampas para que ganara, así que, ni por ser el equipo del régimen franquista, ni por ser de la capital, ni nada. Es algo más simple, es un equipo que hace trampas y a sus «seguidores» les da lo mismo con tal de berrear ¡campeones, campeones! Ese día teníamos festi y rompí mi sagrada tradición de salir con la camiseta que uno se pone por la mañana, nunca me ha gustado ponerme una cami especial para un concierto. Me parece bobo y de artistas giles. Aun y todo me puse la celeste debajo de la otra y en el bis me di el gusto de celebrarlo.
El caso es que soy del Celta, irracionalmente, por motivos como que está cerca de donde nací o que era el equipo de mi padre. Incluso, que es la camiseta más bonita del mundo. Con ese azul celeste un equipo se hace querer aunque nunca gane la Champions; ¡¡me la suda!! Sé lo que es el fútbol, aun así quiero a este equipo, me representa, me llevan todos los demonios cuando pierde y cuando gana, una fotografía de mi careto totalmente desencajado sale en la e de energúmeno. Me he acostumbrado a alegrarme cuando sube a Primera y a no desesperar cuando desciende de división (nunca de categoría). Me preocupo cuando todo el mundo se alegra (a ver, yo también) porque se clasifica para competición europea. No somos, y espero que nunca lo seamos, un equipo basado en la superioridad económica. Así que cuando se mete en Europa espero una temporada con mucha carga de partidos que puede (¿se puede decir jodernos? ¿es este un libro juvenil?) jodernos. La juventud de hoy, año 2023 y centenario del equipo, ha conocido al Celta en Europa. Yo soy de los que conocieron al equipo luchando por no descender. Cuando veo a la chavalería montada en un cohete para descubrir nuevas galaxias, yo emito gruñidos incoherentes desde el fondo de la caverna.
Me gustaría decir también que aprecio mucho a los jugadores del Celta de todos los tiempos y que recuerdo muchos nombres, pero no he querido ponerlos, salvo cuando era imprescindible porque para mí es el Celta lo que vale, y no fulanito de tal. Y aun más brusco podría ser si digo que no me gusta lo de Real. Yo soy del Celta a secas. ¡Aúpa Celta con el traca-trá! ¡Traca! ¡Traca! ¡Traaa!
P.D.: Durante años hubo gente que me regalaba camisetas del Celta tirándolas al escenario. Tengo para vestir a un equipo de fútbol sala. Últimamente me ocurre que me tiran la camiseta para que me la ponga y se la devuelva; con el cristo que para una persona torpe como yo supone cantar mientras tanto. Por no hablar del disgusto que se lleva mi niño interior al tener que devolver algo que ya era suyo.
Otra P.D.: Aaaay, cuántos sinsabores me ha dado el fútbol, cuando ser punky y futbolero se suponía que era incompatible. A aquellos señores con la barba florida y el gesto adusto que me afeaban mi vicio con frases como «El fútbol es el opio del pueblo», yo les respondía (me salía del alma): «No te digo yo que no, pero según eso, el alcohol es el fútbol de los borrachos». Al final descubrí que hablarles de fútbol a esas personas me libraba de ellos y de sus manías, y dejé de sufrir por mis pecados.

Evaristo Páramos

Cantante de Punk e Rock (La Polla Records) e celtista, orixinalmente de Tui.